Hay otros factores que han contribuido. En primer lugar, la incineración es radicalmente más económica que el entierro (2.700 dólares de media frente a los 7.400 del entierro). En segundo lugar, la movilidad. Cada vez menos gente vive donde se crió, y eso complica la tarea de visitar al difunto.
Pero los expertos coinciden en que el verdadero detonante ha sido el marketing aplicado a los tres retos que tenía la incineración:
– La ceremonia: la incineración es menos reverencial que el entierro. En el entierro la gente pasa por el lado del ataúd y lo toca, se congrega alrededor del mismo y habla del difunto y eso no se puede hacer en un crematorio. Por eso los tanatorios americanos han empezado a ofrecer servicios más marketinianos como confeccionar vídeos con fotos del difunto que proyectan en grandes pantallas.
– El repositorio: un ataúd se considera “la última casa” del difunto. Es por eso que gastamos tanto dinero en ellos (bueno, y por el “qué dirán”). Empresas como Lladró están haciendo urnas elitistas para cenizas, incluso la liga de béisbol hace recipientes para cenizas de forofos de sus clubes.
Veremos cómo evoluciona esta industria en España.